Un Edén Popular, curada por Florencia Nieto, en el Espacio Cultural PJ, Buenos Aires. Argentina.

Del 11 de Noviembre al 9 de Diciembre, 2025. San José 181, CABA.

UN EDÉN POPULAR 
No todo florece para ser arrancado 

El dispositivo artístico ha sido testigo de la vida humana y de sus transformaciones cosmológicas y técnicas. Ha sobrevivido a los cambios de paradigma, resistiendo cada nueva tecnología que intentó desplazar o domesticar su potencia. Frente a los embates de lo digital y lo efímero, el arte insiste en su dimensión material, en su posibilidad de pensar el mundo a través del hacer. 

Como marca Aristóteles, todo es político. Las prácticas creadoras no escapan a esa condición. En esta exhibición, cinco artistas alzan sus voces para pensar el sitio de las imágenes en un contexto capitalista vencido, donde el brillo del progreso se confunde con sus propias ruinas. 

La modernidad, en su promesa de redención, devino un paisaje de escombros. Las obras aquí reunidas asumen esa condición, no para lamentarse sino para excavar en ella. Yaya Firpo borda billetes de dólar como si tejiera una nueva piel sobre la herida del intercambio; Gustavo Amenedo emprende una arqueología del capitalismo, revisando los restos de un sistema que aún define nuestras relaciones más íntimas. Ambos, desde lugares distintos, interrogan los cimientos de lo que alguna vez se llamó progreso y hoy se presenta como ruina. 

Lupe Ayala, por su parte, es crítica en la idea de la naturaleza como recurso infinito. Su obra señala ese Edén bastardo del que el ser capital corta, sustrae, troza. La naturaleza ya no aparece como paisaje sino como campo de disputa: un territorio saqueado que aún guarda vestigios de resistencia. Ayala demanda vivir con los ojos abiertos, como artistas estar atentos a lo que nos rodea para ser activos y crear redes colectivas de fuerzas constructivas y propositivas. 

En la obra de Santiago Devalle, el animal aparece como un espejo liminal: una presencia que nos devuelve la imagen de aquello que hemos perdido. En sus trazos, los animales nos observan —una mirada que, como advierte el artista, es también la nuestra. “Yo los observo. Y al hacerlo, me observo”, dice. Esa reciprocidad de la mirada instala una tensión entre lo entre lo civilizado y lo instintivo, entre la materia y el espíritu que sobrevive en los márgenes. 

Giorgio Agamben define lo contemporáneo como quien mantiene la mirada fija en su tiempo, pero ve su oscuridad. Estas obras no reflejan el presente en su superficie, sino que lo atraviesan para descubrir su sombra. Desalvo, trabaja con el lenguaje y revela una tensión: la del artista que participa del mundo que critica, que usa sus materiales y sus signos, pero los reordena para interrumpir su lógica. 

Lo político aparece aquí no como consigna, sino como gesto de desplazamiento: un intento de suspender el flujo, de abrir un resquicio donde pensar. 

En esa grieta, el arte recobra su potencia: no como solución, sino como forma de atención. Mirar, tocar, bordar, recolectar —acciones que, en su aparente fragilidad, resisten la aceleración de lo productivo. Como plantea Georges Didi-Huberman, toda imagen es una 

supervivencia: un resto encendido que persiste más allá de su tiempo. Las imágenes de esta muestra no buscan ilustrar una idea, sino mantener viva una pregunta. 

En cada obra late una memoria que no se deja clausurar. Son fragmentos que insisten, materiales que se resisten a desaparecer, huellas de una sensibilidad que persiste en medio del derrumbe. Tal vez allí, entre las ruinas y los gestos mínimos, se revele el verdadero sitio de las imágenes hoy: un lugar de pensamiento y de cuidado, donde la política se teje en la intimidad del hacer. 

Porque, al fin y al cabo, la pregunta que subyace a toda creación sigue siendo la misma: ¿qué vínculos sinceros pueden existir entre el arte y la política, entre la imagen y el cambio, entre la materia y la vida?